Un reportaje escrito por: Jean López y Susana Soler
Para el sociólogo Émile Durkheim existen diversos tipos de suicidio donde varían las características personales y sociales del acto. Émile lo cataloga en Le Suicide (1897) como “Todo caso de muerte que resulte directa o indirectamente de un acto positivo o negativo, realizado por la víctima misma, siendo que esta sabía que debía producir ese resultado” (p. 5). El suicidio continúa siendo, años después de la definición del sociólogo francés, una problemática social que interrumpe y perturba cada sociedad de manera particular.
El informe Estadísticas Vitales (EEVV) del DANE (2023) en su sección Número y tasa de mortalidad por suicidio en Colombia, en los últimos siete años el 2021 presentó el pico más alto con una tasa de 6.0 (3.000 suicidios, en promedio) por cada 100.000 habitantes. Aunque las ciudades con mayor índice de suicidio son Bogotá, Medellín y Santiago de Cali, la capital del Quindío tiene una historia particular con esta problemática social. Para el segundo trimestre del 2022 el departamento del Quindío notificó tener el 1,79% de casos reportados de intentos de suicidio del nivel nacional; correspondiendo a 68 casos por cada 100.000 habitantes.
Para algunos no es sorpresa, considerando que durante los finales de los 30´s esta ciudad fue la cuna del conocido Club de los suicidas. Por la época la ciudad todavía era considerada una pequeña aldea y para algunos el hecho de que su hijo dijera “me voy a vivir a Armenia” era una amenaza, ya que consideraban que este correría el riesgo de suicidarse allí.
El autor Germán Gómez Ospina, en el ya inexistente semanario La Opinión, realizó 32 entregas donde recopiló los actos cometidos por el extraño club. Actualmente, es poco o nulo el registro de la época, causando un halo de misterio sobre este periodo y lo relacionado a los suicidios. Por su parte, el antropólogo Roberto Restrepo pudo tener acceso a los 32 escritos elaborados por Gómez en el semanario y realizó aportes significativos al caso. Los escritos actuales encontrados en el internet sobre el club se pueden contar con los dedos de las manos. Medios locales como la Crónica del Quindío e internacionales como Semana, El Espectador y Las2orillas han dedicado artículos sobre los suicidas.
Con todo esto, muchos consideran que el dichoso Club de los Suicidas no existió en realidad. Este parece ser un debate en discusión entre los ahora adultos de la tercera edad. El testimonio de Aleyda Granada, sobrina de Aristóbulo Mejía, apoya la poca información conocida. Asegura cómo su tío se suicidó tomando cianuro siendo parte de aquel club de suicidas. El testimonio de Fidel Castiblanco, hijo de Don Samuel Ángel, otro suicida, apoya la veracidad de la historia. Por su parte, el psicoterapeuta Oscar Iglesias asegura que no tiene la suficiente información sobre los hechos y lo considera algo ficticio, una leyenda más.
Según la información publicada por diferentes medios, el Club de los suicidas estaba conformado por jóvenes de la alta sociedad. Todos menores, siendo el mayor un chico de 20 años. Tal vez durante la época causó conmoción el hecho de que los menores decidieran quitarse la vida colectivamente. Este suceso resulta contradictorio al compararlo con una de las conclusiones de Durkheim respecto al suicidio: “ no hay un suicidio, sino suicidios (...) las causas que lo determinan no son de la misma naturaleza en todos los casos” (1897, p. 312). Los jóvenes del club, aparentemente, encontraban una razón en común para realizar el suicidio colectivamente.
Dentro de la misteriosa narrativa que los rodea se desconoce la razón por la que permanecían en el club y deseaban su propia muerte. Aun con esto, desde una perspectiva sociológica, se puede encontrar una relación entre el suicidio y los problemas de salud mental. En la actualidad, el suicidio en menores es común. Según la Encuesta Nacional de Salud Mental la mayoría de los suicidios en menores es precedida por afecciones mentales como la depresión.
De ninguna manera podemos asegurar las razones que llevaban a estos jóvenes a terminar con su vida, pero seguramente existía una relación entre una afección psiquiátrica y una dependencia al alcohol. Durkheim relaciona la intención de suicidio a las patologías mentales, considerando que una persona con un problema mental no es propia de sí misma, no tiene individualidad al no tener dominio de su personalidad o acciones. Esta relación puede ser afirmada al conocer la manera en que el club funcionaba. Todos los textos concuerdan en que el club era uno serio, muy serio. Tanto así que tenían que pagar 2 pesos para entrar y 50 centavos de mensualidad. No toda persona podía pertenecer, solamente los que contaran con una posición económica alta y con la suficiente seriedad y compromiso para cumplir lo pactado. En teoría, sus motivos son simples, el integrante juraba al club quitarse la vida en el momento en que fuera elegido. Se reunían en cantinas de mala muerte, sobre todo en La Puerta del Sol en el sur de la ciudad. Los domingos a las seis de la tarde se realizaba el sorteo: de forma aleatoria era escogido el nombre del siguiente que tendría que quitarse la vida. A su casa llegaba el mensaje junto con una bala. A partir de ese momento, tenía 24 horas para quitarse la vida y si no cumplía su cometido, el resto de los integrantes del club lo asesinarían.
Al son de baladas clásicas de desamor los suicidas decían: “¿Jura usted y empeña su palabra de caballero y de hombre, sin protestar ni pedir prórroga en el plazo fijado, terminar con su vida cuando aparezca su nombre en el sorteo de rigor?”.
Muchos fueron los nombres reconocidos por la época que tuvieron este fatídico final. Sólo algunos como Aristóbulo Mejía y Samuel Ángel Castiblanco son recordados a día de hoy. La falta de información actual causa que no haya una cifra oficial respecto a la cantidad de víctimas del club. Algunos aseguran que todos morían al colgarse de un árbol del parque El Bosque, tomando cianuro o de un disparo en la sien.
La música jugó un papel fundamental para la forma en que es recordado el club. Tanto así, que algunas personas realizaron una canción para ellos. En ella, decían:
“Hoy en Armenia
Donde nos cansa la vida,
Pues hay una gran cantina
Y diariamente un suicida
Allí se mata la gente,
Sin saber cómo ni cuándo.
Pues que le dan la patente
A los que están esperando”.
Además, cuando estaban en la taberna pedían y escuchaban canciones como Cicatrices, Suplicio, Desesperación, Triste domingo, Como se adora al sol y Desde que te marchaste. Todas estas canciones son reconocidas por sus letras fuertemente relacionadas al desamor y despecho, por lo que se intuye que las historias de amor eran otra de las principales influencias para cometer el suicidio.
Ahora, en la actualidad, solamente quedan algunos escritos, como los del antropólogo retirado Roberto Restrepo o versos de canciones que recuerdan qué fue el Club de los suicidas. Ya decían los versos de la canción Suplicio, el terrible destino que esperaría a los integrantes del club:
“Vago entre las sombras del recuerdo,
sin encontrar alivio a mi quebranto
llorando por amor mi pensamiento
buscando en afán el camposanto”
Es muy difícil generalizar las razones por las que las personas, especialmente los jóvenes, deciden realizar actos que acabaran con su vida. Émile catalogaría esta historia de suicidas dentro del espectro de suicidio patológico, debido a que los individuos del club estaban dominados por ideas o alucinaciones colectivas que los llevarían a la muerte. Dentro de la categorización del suicidio altruista el sujeto valora poco su vida, por lo que la entrega junto con su individualidad con el fin de satisfacer un objetivo social, en este caso, el objetivo en común del club de los suicidas.
Con seguridad el paso del tiempo, tristemente, ha acompañado el aumento en la tasa de suicidios en la capital quindiana. Eso podría relacionarse al aumento de problemas económicos y sociales como la falta de oportunidades laborales y educativas que tienen a muchos jóvenes viviendo en condiciones precarias. El club de los suicidas fue un hecho que conmocionó a toda la comunidad cuyabra en su tiempo pero que, si se diera hoy en día, no tendría el mismo impacto pues, para los armenios, los suicidios son un problema social que se ha vuelto tan común como el hurto o la inflación. Se espera que en algún momento los armenios lleguen a un punto en su estilo de vida en el que el suicidio no sea una opción a contemplar y así la tasa se reduzca de forma significativa, dando esperanza a la futuras generaciones.
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