Un reportaje escrito por: Juan Pablo Fernández Monsalve, Maria Angélica Molina Martínez, Liz Dayan Blandón Muñoz y Manuela Araque Triviño
Algunos días después de ese fatídico 1 de abril, sucedió una desaparición dentro de muchas otras, que consternaría la moral del pueblo y de las personas afectadas en general. El 17 de abril de 1990, desapareció el padre Tiberio Fernández, un hombre fiel, entregado a su comunidad y a su labor en la iglesia de Trujillo Valle, quien se encontraba acompañado de su sobrina Alba Isabel y un arquitecto llamado Óscar. Pero, ¿qué conexión tiene este acontecimiento con la historia?, ¿qué hizo que este acto en específico creara tanto pánico?
Según el informe del Centro de Memoria Histórica, el padre desde su nombramiento en 1985 se había dedicado a realizar las labores de su iglesia, convirtiéndose además en un líder social, quien seguía los principios tradicionales de su institución, al ejercer un trabajo social en favor de los trujillenses; esto incluyó la creación de asociaciones y empresas, colaborando incluso en la concientización de los derechos de los habitantes. Todos estos factores lo convirtieron en una de las figuras centrales y más representativas de la población, por ello no es de extrañar que cuando el padre fue asesinado se hubiera presentado una gran conmoción y, según el mismo informe mencionado, se haya convertido en símbolo del sufrimiento, desaparición y masacre vivido por las 245 víctimas del suceso.
Así como muchos otros cuerpos, el cadáver del párroco fue encontrado en el río Cauca, con señales de tortura y descuartizado, casi sin tener una manera de ejercer un reconocimiento, en su caso, como lo dice Don Alberto, “al padre tiberio lo reconocieron por una platina en el pie izquierdo.” Los cuerpos de sus acompañantes no fueron recuperados, al igual que la mayoría de las víctimas. Sin embargo, esto no es lo más macabro, dentro de las torturas realizadas por los perpetradores no solo estuvo la violencia física, pues tuvo que ver según los informes, cómo abusaban sexualmente de su sobrina y le cercenaban los senos, hechos ocurridos luego de un viaje de trabajo hacia la ciudad de Tuluá, donde posteriormente fueron raptados para ser llevados hacia la finca que pertenecía al narcotraficante Henry Loaiza Ceballos, alias el “Alacrán”.
Las razones varían entre las muchas versiones que se han relatado. Una de ellas es la que el señor Camilo considera más acertada “... al padre Tiberio lo mataron porque él salió a defendernos una vez que bajábamos a hacer un paro en el pueblo. Eso se hizo para negociar un pliego de peticiones que veníamos presentando, debido a varios problemas que teníamos en la vereda. A nosotros nos iban a disparar por parejo, ahí fue donde el padre se metió a defendernos.”
Aunque don Camilo no recuerda exactamente la fecha de dicha manifestación, su relato y algunos informes concuerdan con los sucesos de aquel día. El 29 de abril de 1989 se realizó una marcha pacífica por parte de los habitantes de Trujillo y campesinos de más de 40 veredas de este sector, los cuales plantearon un pliego de peticiones, respecto al servicio de salud, construcción de carreteras, escuelas y dotación de profesores, entre otras. Sin embargo la marcha se vio interrumpida al llegar a la cabecera municipal, puesto que ya diferentes grupos de las Fuerzas Armadas Colombianas estaban alrededor del lugar, las cuales habían intimidado días antes a los habitantes del pueblo y de las veredas para que no asistieran a la marcha. A pesar de esto, varios campesinos participaron en la protesta desde las horas de la tarde, pero al llegar al parque fueron despojados de los víveres que llevaban para comer, los acusaron de ser miembros de la guerrilla e intimidaron por estas suposiciones, pero lo peor estaba por venir, tal como el 31 de marzo en la Sonora, ocurrió en Trujillo el año anterior. Durante la noche, el municipio perdió la electricidad; don Camilo era una de las personas que estuvo presente en aquella marcha, según él recuerda “... a nosotros la policía y el ejército nos encendió a bala como desde las 11:30pm, éramos 68 personas aproximadamente, bajamos incluso con comida, iban a matarnos ahí a todos revueltos por ser supuestos guerrilleros; entonces el padre Tiberio se levantó, se metió en medio de semejante alboroto y dijo que si nos iban a matar a nosotros, también lo tenían que matar a él. Ahí cesó el fuego” el saldo, fueron 14 heridos según un trabajo de la Universidad Pedagógica Nacional.
Este acto de valentía fue suficiente para cavar hacia su propia tumba. El mismo resultado se dió para los habitantes de Trujillo, y sus campesinos provenientes de diferentes veredas, quienes se habían movilizado aquel día. Uno de estos casos fue el de la líder indígena y enfermera de La Sonora, Esther Cayapú; precisamente se había enfrentado con un agente que golpeaba atrozmente a su hijo. Posteriormente, fue acusada de servir a los guerrilleros mediante sus prácticas medicinales. Tiempo después hizo parte de las once personas que fueron retenidas forzadamente en el corregimiento. Desde lo sucedido, los habitantes del pueblo sospecharon que algo malo ocurriría, un hecho que marcaría su memoria para toda la vida.
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