¡Solo pido vivir cien años más para acordarme de ti por más tiempo!
“Cinco semanas en globo”, “La isla misteriosa”y "Veinte mil leguas de viaje submarino"; difícil pasar por alto el autor de estas y más obras; visionario atrapado en el siglo XIX, Julio Gabriel Verne.
Es común relacionar la ciencia ficción con el séptimo arte; extraterrestres, monstruos, ciudades perdidas, tesoros y más sinfín de sucesos e historias fuera del común. Hoy día no suena tan descabellado, pero qué hay de las creencias de aquellos lectores entusiastas de los 1800 o 1900. En la actualidad el cine ha tomado el papel gráfico de hacernos creer en momias vivientes, carros voladores, máquinas del tiempo, civilizaciones ocultas… En el siglo XIX convencer a una persona que en alguna parte cercana del mar francés existía un monstruo que hundía navíos parecía ilógico y más una historia aceptada por locos o gente poco seria. Verne, amante platónico de la ciencia y la literatura, unió estas dos líneas, muchas veces distantes, y creó obras donde lo imposible y poco crédulo contaba con las bases suficientes para aceptarlas.
No es una incógnita para los vernianos la exactitud matemática, científica, narrativa e imaginativa que manejaba el escritor, cualidades que aportaron a su apodo “Uno de los padres de la ciencia ficción”. Uno de ellos, porque H.G. Wells, Mary Shelley, Isaac Asimov, Hugo Gernsback y diferentes literatos hacen parte de esta “escritura anticipada”.
Julio Verne, por lo general, en su narrativa contaba con tres personajes similares: un profesor o bien un hombre conocedor de las ciencias, un fiel ayudante y un hombre de fuerza bruta o habilidades relacionadas con la misma. Verne manejaba un estilo característico que ayudaban en el transcurso de las historias: el método científico; o como yo lo veo. El escritor manejaba un hilo hipotético, junto con predicciones y análisis de resultados. Inicialmente, las narraciones daban un abre bocas con un suceso misterioso o un plan demostrativo, lo que se iba desglosando en explicaciones racionales y sorprendentes.
Cabe mencionar las increíbles máquinas que Verne imaginó, como el submarino, las naves espaciales, las máquinas voladoras, inventos que años después saldrían del papel y serían parte de la cotidianidad del siguiente siglo. Llegó a escribir alrededor de 65 novelas que fueron impulsadas por el amor que sentía por las ciencias, la geografía y la tecnológica.
Conocer, leer a Verne es creer en lo imposible, que aun después de casi 120 años de su muerte se le siga leyendo, supera aún los límites de la imaginación y abre paso a las mentes que todavía, cuando todo ya casi está escrito, sueñan en lo desconocido.
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