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Perderse para encontrarse

  • Foto del escritor: Laboratorio Narrativo
    Laboratorio Narrativo
  • 20 mar 2024
  • 5 Min. de lectura
Un relato escrito por: María Alexa Zamora
Perderse para encontrarse, ¿has oído eso? ¿Alguna vez pasaste por eso? Yo lo descubrí un domingo. Sí, ese día que es mortal para alguien cuya cabeza es una jungla con lianas enredadas por todas partes. La mente no para de trabajar mientras que el cuerpo es incapaz de ejercer ningún movimiento. Estaba acostada en mi nube de pensamientos miserables y entonces recibí una llamada: “sal de ese hoyo oscuro, vamos a una cascada cerca a Calarcá”, se escuchaba al otro lado de la línea. Sin expectativas, sin ganas y sin motivación salí de ese acogedor hoyo.

Llegué junto a ellos a Calarcá, un hermoso pueblo del Quindío. En mi cotidianidad me es inevitable pensar en todo lo que viví contigo y por ti. De camino a la cascada, la brisa golpeaba mi rostro y alzaba mi corto cabello hacia el cielo y, por una fracción de segundos, sentí la paz que nunca pude sentir contigo a mi lado. Cada que avanzábamos el aire se volvía frío y denso. Recordé cómo a mis pulmones no llegaba el aire, mi boca no emitía sonido y mi piel ardía dolorosamente en aquellos días. Pensaba: ¿cómo un lugar tan hermoso, despejado e iluminado me hacía sentir tan perdida, horrible y oscura?

A pesar del silencio entre ellos y yo, la melodía de la naturaleza era mágica. Me hacía recordar lo aturdida que estaba tratando de encontrar alguna melodía en tu supuesta honestidad cruel. Los árboles crean una sombra con rayos sofocantes de la exasperante manía que tenías por manipular y arruinarnos; con esa sombra no te veo, no veo la cegadora luz que ponías directamente a mis ojos para no salir de tus sucios juegos.

Escuchaba las aves con sus hermosos cantos, casi igual a aquellas canciones de amor que tarareaba camino a verte. Veía la libertad con la que volaban. Es hermoso ver que no revolotean dentro de una jaula; me hizo acordar cuando estaba encerrada en tu tormento. Afortunadamente, puedo decir que soy aquellas aves: libre de tu perturbación.

Caí a un charco, mi zapato se mojó. ¡No puede ser! El agua helada no me permitía sentir ninguna sensación y, aún así, una especie de bonanza se adentró en mí y ahí supe que por fin sentí después de ti. Esa incapacidad que tenía de apreciar el maravilloso don de sentir,  hace que tenga sentido la vida de cualquier ser ordinario, convirtiéndolo en extraordinario. 
Al caminar unos cuantos kilómetros más, llegamos a una especie de túnel. Al entrar, fue inevitable evocar ese hoyo en el que me tiraste. Recuerdo mucho ese lugar, lo sé. Puede ser redundante, pero repetirlo me despierta de la fantasía de nosotros, sobre nuestro supuesto amor.

Cada que avanzábamos, las ansias de llegar al punto más alto de nuestro recorrido se notaban en la velocidad de mis pasos. En la medida que aceleré, me di cuenta del tesoro que encontré. En medio de la naturaleza me pierdo, me encuentro, me conozco… y créeme, no soy como tú crees que soy. La versión de la que alguna vez te enamoraste ya no está ¿quién es ella? ¿Es ella la chica a la que culpabas y enredabas en tus telarañas? ¿La que dejabas en una oscura cueva con los demonios que ella te mencionaba cada que hablaban de miedos? ¿Es ella? ¿La que, según tú, tenía la mirada más hermosa, real y sincera que nunca habías visto, en la cual podías ver todo un universo? Sí, puede que fuera yo, pero la destruiste. Cada parte de lo que ella construyó para ti, lo arruinaste en una sola noche. 

Delante de ellos se veía una majestuosa cascada. A medida que nos acercabamos a ella, me estremecía al sentir las pequeñas gotas golpear en mi cara. El viento me llevaba; éramos solo él y yo. Por un momento, su inmensidad me hacía sentir diminuta, pero fuerte. No como aquella noche, donde me sentía pequeña, insignificante y débil; sin tener a quien aferrarme. Soy resistente ahora, saltando las rocas resbaladizas una por una, sin sostenerme a nada, sin necesitar a nadie, menos a ti. Creo que al fin soy libre. 

Nos ubicamos en una pequeña corriente al lado de la cascada. Pese a pensar que su velocidad era insignificante, nos arrastraba fuertemente unos cuantos metros. Al sentarme en las rocas, la corriente me llevaba a las tormentosas noches en las que tus palabras me apuñalaban como cuchillos envenenados. Todo ese dolor en mi cuerpo desaparecía con el fluir del agua. Ese control que tenías sobre mí, se fue. El agua borra cualquier rastro de ti en mi cuerpo y convierte en hielo mis partes que alguna vez estuvieron incineradas por tu tacto. Cerca de allí, vimos un descanso de agua. Hundí mi cuerpo en esa helada agua y noté que… por fin había silencio. No hay gritos, ni llantos, ni mentiras. Para nadie es un secreto que ahogaste todo rastro de amor en esa mirada. Pero saldrá a flote y para entonces tú no me verás en el horizonte, te estarás hundiendo. 

Después de todo ese recorrido me encontraba caminando por las solas calles domingueras de Armenia. Todo a mi alrededor estaba raramente quieto y tranquilo. No había carros a toda velocidad, ni personas caminando con afán. Solo mis audífonos y yo. Escuchaba All Too Well (10 minutes version) de Taylor Swift, mi artista favorita. Lo recuerdas, ¿cierto? Cuando cada día de julio escuchabas una canción diferente de ella y decías lo mucho que te gustaba conocerme a través de su lírica. En mi cabeza resuena la frase “me guardaste como un secreto, pero yo te guardé como un juramento”. Fuiste esa promesa que mi corazón atesoraba, pero ahora eres esa lucha que fue innecesaria pelear. En días como hoy, con todo lo que sé y aprendí de ti, escucho esa canción con cierto odio y remordimiento por las heridas de guerra que ese amor de mentira dejó. 

En mi corazón no había espacio para el rencor. Llegaste tú y un lugar grande en él se abrió. Paso de canción: Would´ve, Could´ve, Should´ve. Retumban en mis oídos los versos: “me arrepiento de ti todo el tiempo” y “fantaseo con golpearte donde más te duele”. Abrí la puerta de mi habitación y mis pies se enredaron con tu camiseta, la cual no he sido capaz de quemar, porque de algún modo me hace pensar que hubo algo de amor real en nuestra efímera historia. “No hubo nada real”, dice mi mente en ese instante. “El odio es lo que protege tu corazón en este momento”. 

Volví a la realidad, no mereces nada de mí. Porque si yo estuve en una cueva, la vida te pondrá bajo tierra, si me encerraste con mis demonios, la vida te encerrará con los demonios de todos a los que has quemado para estar donde estás y, si alguna vez quieres atraparme otra vez, la naturaleza se encargará de que la brisa que atenúa el caos, se convierta en un tornado. Que los árboles y su sombra se conviertan en espejos que reflejan los rayos directo a tus ojos, dejándote incapaz de ver cualquier otra cosa hermosa en tu vida. Y,  si me ahogaste en el río de tus mentiras, la vida te pondrá en un mar de arrepentimiento con un ancla en el pie. ¿Suena muy horrible? Todo lo que causas tiene un efecto. Da miedo pensarlo. Aún más cuando crees que jamás te pasará a ti.

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