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Autosabotaje

Escobar nunca fue tan condescendiente cómo cuando abrazó a una madre que lloraba por la difunta hija de la cual aún tenía sangre entre sus uñas.

Todo se remonta hace un par de años, Martín Escobar, el protagonista de esta historia, mi amigo desde hace dos años. Estábamos juntos prácticamente todo el día, aunque es una relación de amor/odio.

Un día en medio de una charla me contó sobre su gran amor, Elizabeth Morales. Ella era una hermosa jovencita de 18 años, una dulce muchacha, qué nunca había hecho nada malo en su vida aparte de querer criar una rata cómo mascota a sus 11 años. Una linda expresión de perfección a los ojos de muchos

Martin la conoce desde qué tienen 7 años aproximadamente. Vivimos en el mismo conjunto (aunque yo llegué apenas hace 3 años) y siempre han sido amigos ya que sus padres son grandes amigos y sus casas están una al frente de la otra. Básicamente tenían una rutina diaria de encontrarse a las 8:05 am todos los días para ir a la universidad juntos. Él cursaba quinto semestre de biología y ella el segundo de Psicología. Esa rutina acababa dependiendo de los horarios en que salían, los cuáles varían mucho y dos veces a la semana coincidían para volver a casa juntos.

La rutina de Martín y Eliza continuaba, aunque ella no estaba enterada. Cada noche, por ser más exactos de 9 a 9:30, ella se ponía su pijama frente a su ventana la cual se cubría por una persiana americana qué desde el ángulo perfecto no dejaba nada a la imaginación. Este ángulo era en el cuarto de huéspedes de la casa de Escobar el cuál esperaba pacientemente cómo si de la canción de Soda Estéreo se tratara. Los pensamientos más reprochables venían a su cabeza mientras la manija de la puerta tenía el seguro vertical. Así era su rutina desde los 17. Cada día se hacía más insaciable su amor y deseo por ella, aunque lo disimulaba muy bien.

Siempre conversábamos el tema de ella juntos, era un secreto recíproco ya qué yo le había confesado qué la odiaba y quería matarla y no de amor. En medio de nuestras conversaciones en la madrugada organizamos un trato. O Martín la enamora o si no la mataríamos. Él asintió, de una u otra forma eran sus planes.

Le envió una carta hecha de letras de revista, se encontrarían en una bodega abandonada. La carta decía:

 

Hola Lizy

Soy un buen amigo tuyo y quiero confesarte algo. ¿Recuerdas donde íbamos a tomar cerveza a escondidas hace 4 años? Viernes a las 4pm

Allá te espero. Lleva la carta.

 

Ella reconocería inmediatamente qué era él, y donde sería.

Llegó el viernes y mi plan iba cómo lo planeado. Se dieron las 4 p.m. Llegó, radiante cómo siempre, con una camisa manga larga blanca con unos vaqueros y unas botas. Su cabello rubio suelto, con poco maquillaje. Irritablemente hermosa.

Martín le dio una bienvenida tierna, le dijo que quería estar con ella, que la amaba y que la necesitaba como pareja en su vida. Le dije que sostuviera el cuchillo en borde del pantalón por precaución. Ella sonrió y le dijo que si, quería estar con él.

Lo besó y cuando lo abrazó el cuchillo ya estaba a la altura de sus pechos. ¿Por qué lo hizo? Se preguntarán. Simplemente hice que lo hiciera, ya fue suya, merecía ser mía. Sus ojos emblanquecidos me llenaron de gracia. Bajó el cuchillo dentro de ella hasta llegar al ombligo.

Desesperada rasguñaba el cuello de Martín, no gritaba. Gemía entre dientes y poco a poco se desvaneció como una pluma.

En la blanca baldosa yacía su tierno cuerpo el cual tenía una tranquilidad envidiable. La luz del atardecer iluminaba el pequeño charco de sangre sobre el qué estaba.

En un momento Martín se iba a quebrantar, no lo dejé, no había tiempo para lamentos. Limpiamos todo, ninguna prueba quedaba o bueno, al menos eso creía él.

Esa noche a las 9:15 p.m. Martín ya dormía. Su rutina había acabado, y por fin había sentido paz, aunque ésta no duraría mucho. La desaparición de Elizabeth era noticia nacional y supimos disimular todo muy bien. Todos creyeron cuando dijimos qué no sabíamos nada. Cuando apareció el cadáver de ella se volvió el tema de la semana. Tomaron pruebas de ADN de todos sus conocidos. Nadie sabía por qué, pero nosotros aceptamos.

El velorio de Eliza fue el miércoles de la siguiente semana. Martín estaba ahí, entre sollozos vió a Doña Ana, la madre de su difunta amada. La abrazó y al separar el tacto de ambos cuerpos la policía se lo llevó.

"Pudimos dar con el asesino de Elizabeth Morales gracias a los rastros de piel dentro de las uñas de la joven, además en el examen físico del detenido encontramos restos de sangre humana en las uñas de su mano dominante" declaró el detective Martínez a los medios de comunicación.

A Martín lo llevaron a un manicomio. Para mi desgracia donde él iba yo también. Unos días cuando estaba somnoliento por sus medicamentos no teníamos contacto, pero siempre volvíamos a la rutina de hablar noche y día.

El llevarlo a la desgracia me dio gozo, vivirla con él aún más.


Julián Herrera

Redacción I

Comunicación Social - Periodismo

Universidad del Quindío

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