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Cada mañana Lía se despertaba dándole los buenos días a su amigo y se miraba en él, poco a poco empezó a sentir una satisfacción solo al verlo, que sus ojos se dilataban, como si estuviera enamorada y cuando lo tocaba su piel se erizaba. Su vida era como un cuento de hadas, todo era perfecto. Era la mejor de la clase, su familia la adoraba por el gran trabajo que hacía. Tenía dieciséis años, pero su mentalidad era de una viejita, amaba los gatos y siempre se sintió atraída por la fotografía. Fotografiaba todo lo que veía, en especial su cuerpo, amaba ese blanco casi transparente que hacía que sus curvas se vieran definidas, sus ojos negros, le daban ese aire de oscuridad que vivía, su sonrisa se robaba todo el escenario y era la perfecta para muchos.
Su día a día lo conducía a bailar, amaba el ballet, se sentía segura de lo que hacía y podía trasmitir al público, era tan natural ver la sombra de su baile y no encontrar ni un error; en su academia se le llamaban como la niña tormenta por sus giros perfectos, sus piernas largas y delgadas le daban el toque ideal para que todo fuera acorde a su talento.
Lía le dedicaba su vida a ser la mejor y pronto tendría una presentación la cual iba a demostrar lo que por años se había materializado en ser la mejor, la perfección no era una opción. Ella se había preparado durante dos años, entrenaba seis horas diarias, cada momento era esencial para ella. Los días fueron pasando rápidamente y su talento cada vez era mejor. Una mañana se despertó y ya solo faltaban cincuenta y dos horas para la competencia. Hacía lo habitual, se levantaba saludaba a su amigo, tomaba un vaso con agua y se iba a la ducha. Mientras su madre le preparaba sus cereales y así empezaba la cuenta regresiva con mucha seguridad de ella misma ataba su cabello y salía.
En la academia la esperaban con ansias, pues Lía era la protagonista. Comenzó a entrenar y sus giros eran hermosos nunca antes vistos. Ya solo faltaban cinco horas y empezaba a preparar su vestuario.
Una voz le decía -Lía faltan treinta minutos-. Ella lista para salir se hizo en la fila, pero esa misma voz repitió: -Lía ¿Estás lista? – Respondió: -Sí, lo estoy. Cerró los ojos, respiró profundamente, la voz no sale de su cabeza, con sus ojos cerrados pregunta: - ¿Quién eres? –
-Soy Irina, te acompañaré en cada giro que des, no te preocupes.
Comienza el conteo y Lía con muchas confusiones de quien era Irina se coloca en posición y empieza su presentación, cada paso, cada salto era como lo había practicado. Solo está la música del teatro, todos estaban concentrados en su baile; y ella solo escucha una voz. Muy bien Lía, así es. Abre sus ojos y no ve a nadie más en el escenario con ella, se desconcentra y en un giro cae a la tarima. El público se levanta, pero nadie se le acerca, empieza a llorar e Irina va y la toma con sus manos y la levanta, Lía furiosa, la culpa.
-Nunca te callaste y por eso me equivoque.
Corre afuera del teatro sin rumbo, sin mirar atrás, se olvida de todo y comienza a quitar cada parte de su vestimenta y la va dejando a la deriva en la carretera, escucha los pitos de los autos que van pasando, pero eso no la detiene, en un momento le empieza a faltar el oxígeno y no recuerda nada, Irina la alcanza y le dice acá estoy, no te preocupes. - ¡Cálmate! Yo soy tu mejor amiga y siempre estaré.
La madre la encuentra y rápidamente la monta en el carro. Al llegar a casa no dice ni una sola palabra, esa niña que todos conocían había cambiado y no dejaba de hablar con su mejor amiga Irina. Cambió tanto que perdió la noción del tiempo y poco a poco vivía una realidad que no le pertenecía, pero lo más importante era lo feliz que era, ella sentía un esplendor que era su mundo ideal. Irina la acompañaba en su día a día, le cantaba y le daba los mejores consejos desde en qué momento podía cruzar una calle; hasta que ropa utilizar del día de hoy.
Con el paso de los días la familia de se empezó a preocupar; Lía no salía de su habitación y solo habla de Irina. Su madre intenta hablarle y expresarle su preocupación, pero ella no se lo permitía por eso toma la decisión de presentarle a Irina, en ese momento nota algo raro, su amigo era el espejo e Irina es producto de su imaginación, escucha nuevamente la voz de Irina, que le ruega que dé un paso; Lía lo piensa y lo hace, cuando vuelve abrir sus ojos se da cuenta que está atrapada dentro de su amigo el espejo y ve el reflejo de su madre cuando tenía su misma edad.
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Laura Johanna Quintero Gómez
Redacción I
Comunicación Social - Periodismo
Universidad del Quindío
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