El desconsuelo es inevitable para algunos. Cada martes de ocho a diez de la noche, veo una película. Esa es mi rutina desde hace dos años. Recién termina la película a las 9:45 p.m. Me pregunto: - ¿Fue esa una gran experiencia? - - ¿Cambió mi percepción? - - ¿Pero qué percepción? - - ¿Valió la pena? - ¿Soy la misma persona de hace una hora y cuarenta minutos? -
Debo limpiar el espejo, mi imagen se pierde en el polvo - ¿Cuándo dejé que se ensuciara así? - Incluso el usual brillo del baño totalmente blanco parece disperso, cubierto de una capa imperceptible de suciedad. En la ducha puedo ver la misma cucaracha de ayer, en el mismo lugar de ayer, y del día antes de ayer y del día antes del día antes de ayer, pero hay algo diferente, ahora está acompañada. ¿Estaré enfermo?
Mi traje gris tiene algunas arrugas pequeñas que deshago con calma. Y pienso, y entre más pienso no puedo controlar el creciente impulso de reírme con fuerza. Todo es absurdo. Me pican las manos mientras me visto, y la mancha de sudor crece bajo mis axilas y cuello. Cosquillas, quizá rasquiña, ¿O será calor? Tal vez debí haber tomado menos café. ¿Alguna vez he tenido control sobre algo en mi vida? Todo es superfluo, pero no puedo persistir en este pensamiento, no me pertenece. Eso tampoco me pertenece.
Las calles son demasiado oscuras, casi no reconozco los edificios. Tengo las manos húmedas por el sudor, aunque fuera hace frío. Me dirijo a una cafetería. Es hora de desayunar. Me siento, pero nadie llega. Las luces están encendidas, el reloj en la palma de mi mano izquierda marca las 10:13 p.m. Ya están cerrando. La sensación de frescura vive en mí, pero las calles parecen muertas. Un hedor a podredumbre que no sé de dónde proviene lo confirma y descubro que no había hecho este recorrido antes.
La noche grita silencios, llega a lo más profundo de mi ser, a ese lugar que las palabras no alcanzan. Las manos me pican de nuevo mientras el sudor baja por ellas. También baja por mi frente y mi abrigo. Hace calor y mi corbata desaparece. La regalo al primer hombre que veo cerca. Parado bajo la lámpara que ilumina débilmente la cuadra en penumbras, parece como si la necesitara más que yo. No me dice nada cuando estoy delante de él. Mucho menos cuando estoy detrás observando en la misma dirección que él, tratando de entender qué llama tanto su atención.
No lo logro y desisto. No tengo intención de entenderlo. No hubo desayuno, no habrá redención. Me alejo dejando la corbata a sus pies, él no me mira, su atención sigue posada en aquel punto. Subo las escaleras de concreto que me llevan a la puerta de metal que me separa de mi habitación. ¿ese hedor de nuevo? Parece que el tiempo se hubiera detenido. Hace unos segundos éramos únicamente ese señor, la lámpara y yo, pero en esta habitación las semanas pasaron, el tiempo no me esperó.
Son las 11:32 p.m. Casi es miércoles. ¿Se puede ser final e inicio al mismo tiempo? Recojo. Limpio. - ¿De dónde salen tantas cucarachas? - Mañana debo ir a trabajar, debo cumplir con lo que se espera de mí. No es un sistema, es un vicio. ¿Por qué nadie se rebela? Qué pensaría George Orwell de mí. Me he sometido voluntariamente a la tranquilidad.
Avanzo, el lugar no es muy grande y el hedor continua. Estoy en el baño y me acerco al espejo, apenas si puedo ver las sombras bajo mis ojos que acompañan mi barba, mis labios secos y mi nariz torcida. No hay nada qué ver. Me cepillo los dientes y, por una vez, sigo el rastro de las cucarachas. Me llevan a la pequeña ventana del baño. ¿Esto que siento es temor? Corro lentamente las cortinas, como si de un deja vu se tratara. El sentimiento me es conocido.
Me asomo solo un poco mientras reconozco a las dos cucarachas de hace un par de días. Sé que me esperaban. Inevitablemente mi mirada se posa en la lámpara. Puedo verlo, puedo ver el cuerpo colgante del señor al que le dejé mi corbata. La sostiene fuertemente en su mano derecha. En su mano izquierda está el reloj que hace poco me indicaba un nuevo comienzo. Y lo entiendo, por fin, entre tanta confusión, he tomado una decisión por mi propia cuenta.
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María José Castro Pachón
Redacción II
Comunicación Social Periodismo
Universidad del Quindío
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