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¿Sí hay latinos en Latinoamérica?

  • Foto del escritor: Laboratorio Narrativo
    Laboratorio Narrativo
  • 4 abr 2024
  • 3 Min. de lectura

Una columna de opinión escrita por: Mariana Novoa

"Mi patria", ¿de verdad la considero así? La respuesta no es clara, sin embargo, por más que lo intento, mi conciencia me reclama todo el tiempo. Me invade la angustia y el desánimo al ser consciente de lo que me rodea y la crisis de mi hogar: Latinoamérica. ¿Una persona realmente merece tal nivel de miseria como mis ojos lo evidencian? A veces mi único deseo es no comprender para dejar de sentir. No logro descifrar si la crisis de identidad, el miedo o la vergüenza de aceptar mis raíces está también en los demás, prefiero pensar que creemos en algo, eso nos mantiene vivos. Decido creer en la igualdad y en el respeto por las personas, por su tierra, decido respetar su historia tratando de comprender quiénes son, de dónde vienen. Esto me brinda la posibilidad de no quedar atrapada en una jaula invadida por el individualismo, en donde solo escucho que quien importa soy yo y nadie más. Ignoraba eso de sentirme ajena a mi tierra, creo que aún sigo tratando de comprenderlo. Observo a mi alrededor, pocos se expresan con propiedad, su propósito es imitar al otro. Es en estos momentos donde las palabras de un hombre cuya nacionalidad era colombiana y al cual no conocí, pero sí reconozco, resuenan en mi cabeza… “En Colombia no hay colombianos”.

Con el pasar del tiempo, esa frase comenzó a tener cierta claridad para mí. Admiramos y hasta llegamos a envidiar a otras culturas, a otros países, a otros continentes, sin detenernos ni un segundo a reflexionar quiénes somos. No pretendo convencer a la multitud de que todo está bien, ni de vender una historia linda sobre mi continente, porque no es así. Con tan solo saber que somos un continente de 550 millones de personas, de los cuales, el 44% vive por debajo del umbral de pobreza y un 18% vive en extrema pobreza, como lo indica la ONU (Organización de las Naciones Unidas) es bastante evidente la situación que vivimos. A la mayoría le incomoda hablar de pobreza, hambruna, guerra y miseria, prefieren huir del martirio que estos factores generan . Realmente los entiendo, no los juzgo, se necesita de una mente demasiado abierta y de un corazón demasiado profundo para dejarse llevar por la empatía cuando no soy yo quien se está hundiendo. Al momento de hablar sobre miseria, una pregunta pesa sobre mí… ¿de verdad entendemos qué es la miseria? Escucho miles de referencias de aquella problemática, podría dar un simple significado, pero para mí esto va mucho más allá de los prejuicios. Veo la miseria en la falta de oportunidades, en la injusticia, en la guerra interminable de un continente entero, veo la miseria en los ojos sin esperanza de los niños, jóvenes, adultos y ancianos que, como yo, quisieran simplemente haber nacido en cualquier otro lugar.

No tengo claro qué pasará con estas tierras, el desgaste mental es agotador, en ocasiones me quita las esperanzas. Ni siquiera debo esforzarme en detallar las condiciones en que nos encontramos, saltan a simple vista. Nos cansamos de escuchar una y otra vez lo miserables que nos consideran algunos. Antes de señalar a alguien por cobardía, me reconozco un poco en ella. Cuando la desesperación y la impotencia se apoderan de mí, también quiero escapar. No hablo de inmoralidad, no soy quien para hacerlo. Tal vez lo único que tengo completamente claro es que en América Latina se respira lucha y fortaleza, pocos entenderán de verdad lo que se vive aquí diariamente. Un hecho, es que esta guerra me ha obligado a estrenar el corazón, de otra manera, dudo que hubiera experimentado estas ganas locas de vivir que corren por mis venas. Esto ocurrió porque, como mencioné antes, necesito creer en algo. Creo en las personas que mantienen vivo el movimiento revolucionario, que están dispuestos a no querer ser iguales a otros continentes, teniendo uno propio, el cual necesita ser comprendido y liderado de la mejor manera.

Qué ironía, ¿no? Latinoamérica, misma que aún sumida en dificultades, fue también la que me concedió la fuerza para liberarme de las ataduras de una sociedad mecánica. Y, aunque pretendo negarlo, a mi cabeza solo viene el recordatorio de lo vacía que sería mi existencia, sin la libertad que me concede luchar por lo que creo, por lo que soy y ¿por qué no? Por mi patria.



 
 
 

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